
Amor indígena
¡Día rudo aquel por ásperas montañas! en las condonadas el rió blanco estrelladose en un bloque inmenso que en siglo atrás rodaba allá bajo por instantes en preciso detener las cabalgaduras en el sendero de un metro , rozando con la pierna roída por las lluvias, cerrado los ojos para no ver el barranco a donde doraron tantos caminantes . Después de una montaña, otra montaña, interminablemente, a lo lejos , las colinas de la puna violeta con sus cactus ejidos en la peña: tres hasta velludas como espejismo de verdura en el páramo . era en la sierra del Perú a dos jornadas de la costa en día soleado mis compañeros un señor feudal de los contornos leguleyo que iban a la capital me repetían en lengua quechua canciones empapadas de tristeza sutil como la puna. Aviemos emprendido la marcha o el alba o no veiemos el poblado esperado. A todos los indios del camino que pasaban con un zurrón al hombro pastoreando su rebaño de llamas le preguntábamos por el remoto caserío ellos se detenían lo mas lejos posible, como incrustándose en la peña saludaban con el fieltro en la mano, siervo de una raza inerven: guisito nomás taita y nuevas montañas y el frió frente, y en la hondonada una osamenta como una extraña abismo al torcer una cuesta los caballos se esponjaron brillosos y su relincho alegre apareció una respuesta a la campanita de la aldehuela próxima, la campanita petulante que se columpiaba en el campanario como un volatinero del azul. El hacendado don Rosendo cabal, saco el revolver un lindo broineg, y disparo por regocijó contra una águila que rodaba en altura vertiginoso. Y alegre y majos espoleando los caballos nerviosos hicimos una entrada sensacional en la plaselueta de caserío, que celebraba la fiesta de su patrona. Hasta hoy nose cual era el padrono de la aldehuela. ¡Santa rosa me valga!.Estaba enamorado: desde la entrada cautivo mis sentidos una india primorosa como las que sedujeron a los conquistadores venia con la menuda procesión cantando yaravíes en su aspirante lengua de brujería le caían de la montera pardas las trenzas sobre los hombros y sus pechos retenido en la garganta por el clásico alfiler rebatado en una cuchara de oro polvo en las sandalias burdas tenían una gracia bíblica.
¡Día rudo aquel por ásperas montañas! en las condonadas el rió blanco estrelladose en un bloque inmenso que en siglo atrás rodaba allá bajo por instantes en preciso detener las cabalgaduras en el sendero de un metro , rozando con la pierna roída por las lluvias, cerrado los ojos para no ver el barranco a donde doraron tantos caminantes . Después de una montaña, otra montaña, interminablemente, a lo lejos , las colinas de la puna violeta con sus cactus ejidos en la peña: tres hasta velludas como espejismo de verdura en el páramo . era en la sierra del Perú a dos jornadas de la costa en día soleado mis compañeros un señor feudal de los contornos leguleyo que iban a la capital me repetían en lengua quechua canciones empapadas de tristeza sutil como la puna. Aviemos emprendido la marcha o el alba o no veiemos el poblado esperado. A todos los indios del camino que pasaban con un zurrón al hombro pastoreando su rebaño de llamas le preguntábamos por el remoto caserío ellos se detenían lo mas lejos posible, como incrustándose en la peña saludaban con el fieltro en la mano, siervo de una raza inerven: guisito nomás taita y nuevas montañas y el frió frente, y en la hondonada una osamenta como una extraña abismo al torcer una cuesta los caballos se esponjaron brillosos y su relincho alegre apareció una respuesta a la campanita de la aldehuela próxima, la campanita petulante que se columpiaba en el campanario como un volatinero del azul. El hacendado don Rosendo cabal, saco el revolver un lindo broineg, y disparo por regocijó contra una águila que rodaba en altura vertiginoso. Y alegre y majos espoleando los caballos nerviosos hicimos una entrada sensacional en la plaselueta de caserío, que celebraba la fiesta de su patrona. Hasta hoy nose cual era el padrono de la aldehuela. ¡Santa rosa me valga!.Estaba enamorado: desde la entrada cautivo mis sentidos una india primorosa como las que sedujeron a los conquistadores venia con la menuda procesión cantando yaravíes en su aspirante lengua de brujería le caían de la montera pardas las trenzas sobre los hombros y sus pechos retenido en la garganta por el clásico alfiler rebatado en una cuchara de oro polvo en las sandalias burdas tenían una gracia bíblica.
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