![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiwfil-V7C72OrNPGUG1Tzcrslc8UQYFKWZhUp8FLks7WX_ucCTmCB3I4ecINQvgtjlgO1QexWBMJ-CIjzLhLefiyVLqGAZHMpUVH2Q_QmIJeNQrfyQfR6ghtxhGCuTaejV8t1iHF9FiXZ-/s400/dfdfdf.jpg)
La venganza del cóndor
Nuca he sabido despertar a un indio a puntapiés.Quiso enseñarme este arte triste, en un puerto del Perú, el capitán Gonzáles, que tenía tan lindo látigo con puño de oro y un jeme de plomo por cortera.
_pedazo de animal_ vociferaba el capitán atusandose los bigotes donjuanescos_. Así son todos estos bellascos.Le ordene que ensillara a las cinco de la mañana y ya lo ve usted, durmiendo como un cochino a las siete .yo, que tengo que llegar a Huaraz en dos días…
El indio dormía vestido a la intemperie con la cabeza sobre una vieja silla de montar.Al primer contacto del pie, se irguió en vilo, desesperandose.nunca he sabido si nos miran bajo el castigo, con ira o con acatamiento. Mas como el tardara un tanto en despertar a este mundo de su dolor cotidiano, él militar le rasgo la frente de un latigazo.El indio y yo nos estremecimos; el, por la sangre que goteaba todavía en el espíritu prejuicios sentimentales de bachiller. Detuve del brazo a este hombre enérgico y evite la segunda hemorragia
_!badajo!_repetía el verdugo, mirandome con ojos severos.Asi hay que tratar a estos barbaros.usted no sabe, doctor.
El capitán Gonzáles me había conferido el grado universitario al ver mis botas relucientes, mi poncho nuevo, que no curtieron los vientos, y estas piedades candidas de limeño. Anoche mismo, después de ganarme, en la pobre fonda del puerto, cinco libras peruanas al chaquete, me adoptaba ya con una sonrisa paternal, diciendo:<>.
Tuve que admirar por largo rato el tejido habilísimo de aquel<>de junco que iba estrechándose al terminar en un cono de bala. En los flancos de las bestias y de los indios aquello era sin duda irresistible.
Resonaba otra vez en el patio de la fonda la voz marcial:
¿y el pellon negro ,socalla?si no te apuras vas a probar cosa rica
_ya trayendo, taita (padre o señor).
El indio se hundió en el pesebre en busca del pellon que no vino jamas.Diez, diez, veinte , treinta minutos ,,que provocaron, en un crescendo de orquesta ,la mas variada explosión de invectivas: dios y la virgen se mezclaban en los labios del capitán a interjecciones criollas como en los ritos de las brujas serranas. Pero el ordenanza y guía insuperable no pudo ser bailado en todo el puerto.Por lo cual el capitán Gonzáles se marcho solo, anunciando futuros castigos y desastres.
<>, me había aconsejado el posadero;y dilate mi partida pretextando algunas compras. Dos horas después, al ensillar mi soberbia mula andariega, un pellejo de carnero vino a mí encuentro y de su pelambre polvoriento salio una cabeza despeinada que murmuro:
_si queres contigo ,taita.
¡Vaya si quería! era el indio perdido y castigado.
Por una hora yo también buscado guíame indicara los malos pasos de la sierra y se apeara para restaurar el brevísimo camino entre el abismo y las rocas que una galga de piedras o las lluvias podían deshacer en segundos.
Asentí sin fijar precio. El indio me explico en su media lengua que lo hallaría a las puertas del poblacho. Me detenía en una choza a pedir un mate de aquella horaciana chicha de jora que tanto alivia el ánimo, cuando le vi. llegar, caballero en una jaca derrengada, pero mas animosa que mi mula de lujo y sin hablar ,sin mas tratos, aquel guía providencial comenzó a precederme por atajos y montes, trayéndome, cuando el sol quemaba las extrañas ,el cuenco de chicha refrigerante o el maíz reventado al fuego al fuego ,aquella tierna cancha algodonada . Confieso que no hubiera sabido nunca disponer en un tambo del camino con los ponchos, el pellon y la silla de montar tan blando lecho como el que disfrute aquella noche.
Pero al siguiente día el viaje fue más singular.
Servicial y humilde, como siempre, mi compañero se detenía con demasiada frecuencia en la puerta de cada choza del camino, como pidiendo noticias en su dulce lengua quechua .las indias ,al alcanzarme el porongo de chicha, me miraban atentamente y pareciome advertir en sus ojos una simpatía inesperada!Pero quien puede adivinar lo que ocurre en el alma de estas siervas adoloridas !dos o tres veces el guía salio de mutismo para contarme, el lenguaje aniñado, esas historias que espeluznan al caminante .cuentos ingenuos de viajeros que ruedan al abismo porque una piedra se desgaja súbitamente de la montaña andina.<>,en la quebrada agudísima ,las osamentas lavadas por la espuma del rió.
Sin querer confesarlo, yo comenzaba a estar impresionado. Los andes son en la tarde vastos túmulos grises y la bruma que asciende de las punas violetas a los picachos nevados me estremecía como una melancolía visibles el flanco de las gigantescas vértebras aquel camino rebañado en la piedra y en vecino a la hondonada mortal parecía llevarnos, como en las antiguas alegorías sagradas, a un paraje siniestro. Pero el mismo indio, que temblaba bajo el rebenque tenia agilidades de acróbata para apearse suavemente por las orejas y llevar del cabestro a mi mula espantadiza que avizoraba el abismo y resbalaba en las piedras, temblorosas .una hora de marcha así pone los nervios al desnudo, y el viento afilado en las rocas parece aconsejar el vértigo .Ya los cóndores familiares de los altos picachos pasaban tan cerca de mi, que el aire desplazado por las alas que quemaba el rostro y vi. sus ojos iracundos.
Llegábamos a un estrecho desfiladero, de donde pude vislumbrar en la parda monotonía de la cadena de montañas la altiplanicie amarillenta con sus erguidos cactus fúnebres.
_tu esperando, taita_murmuro de pronto el guía y se alejo en un santiamén.
Le aguarde en vano, con la carne erizada .palpe el resolver en el cinto, estimulando con la vos a la mula indecisa, que, las orejas al viento, oscilantes como veletas, media el peligro y escuchaba la muerte. Un ruido profundo retembló en la montaña; algo rodaba de la altura .De pronto, a quinces metros de mi, paso un vuelo oblicuo de cóndores, y entonces, distintamente, porque había llegado a un largo del camino, vi. Rebotar con estruendo y polvo en la altura inmediata una masa oscura, un hombre, un caballo talvez, que fue sangrando en las aristas de las peñas hasta teñir el rió espumante, allá abajo.
Estremecido de horror, espere mientras las montañas se enviaron cuatro o cinco veces el eco de aquella catarata mortal. Un cono invertido de alas pardas giraba como una tromba sobre los cadáveres.
Mas agachado que nunca, deslizándose con el paso furtivo de las viscachas, hete aquí al bellaco de mi guía que coge a mi mula del cabestro y murmura con voz doliente, como si suspirara:
_tu viendo, taita, al capitán.
¿El capitán? abrí los ojos entontecidos .el indio me espiaba con su mirada indescifrable; y como yo quisiera, saber muchas cosas a la vez, me explico en su media lengua que a veces, taita, los insolentes cóndores rozan con el ala el hombro del viajero en un principio .Se pierde el equilibrio y se rueda al abismo.
Así había ocurrido con el capitán Gonzáles, <>se santiguo quitándose el ancho sombrero de fieltro, para probarme que solo decía la verdad. Con ademanes de brujo me designaba las grandes aves concéntricas que estaban ya devorando presa.
Yo no inquirí mas, porque estos son secretos de mi tierra que los hombres de su raza no saben explicar al hombre blanco. Tal vez entre ellos y los cóndores existe un pacto oscuro para vengarse de los intrusos que somos nosotros. Pero de este guía incomparable que me dejo en la puerta de Huaraz, rehusando todo salario, después de haberme besado las manos, aprendí que es imprudente algunas veces afrenar con un lindo látigo la resignación de los vencidos.
Nuca he sabido despertar a un indio a puntapiés.Quiso enseñarme este arte triste, en un puerto del Perú, el capitán Gonzáles, que tenía tan lindo látigo con puño de oro y un jeme de plomo por cortera.
_pedazo de animal_ vociferaba el capitán atusandose los bigotes donjuanescos_. Así son todos estos bellascos.Le ordene que ensillara a las cinco de la mañana y ya lo ve usted, durmiendo como un cochino a las siete .yo, que tengo que llegar a Huaraz en dos días…
El indio dormía vestido a la intemperie con la cabeza sobre una vieja silla de montar.Al primer contacto del pie, se irguió en vilo, desesperandose.nunca he sabido si nos miran bajo el castigo, con ira o con acatamiento. Mas como el tardara un tanto en despertar a este mundo de su dolor cotidiano, él militar le rasgo la frente de un latigazo.El indio y yo nos estremecimos; el, por la sangre que goteaba todavía en el espíritu prejuicios sentimentales de bachiller. Detuve del brazo a este hombre enérgico y evite la segunda hemorragia
_!badajo!_repetía el verdugo, mirandome con ojos severos.Asi hay que tratar a estos barbaros.usted no sabe, doctor.
El capitán Gonzáles me había conferido el grado universitario al ver mis botas relucientes, mi poncho nuevo, que no curtieron los vientos, y estas piedades candidas de limeño. Anoche mismo, después de ganarme, en la pobre fonda del puerto, cinco libras peruanas al chaquete, me adoptaba ya con una sonrisa paternal, diciendo:<
Tuve que admirar por largo rato el tejido habilísimo de aquel<
Resonaba otra vez en el patio de la fonda la voz marcial:
¿y el pellon negro ,socalla?si no te apuras vas a probar cosa rica
_ya trayendo, taita (padre o señor).
El indio se hundió en el pesebre en busca del pellon que no vino jamas.Diez, diez, veinte , treinta minutos ,,que provocaron, en un crescendo de orquesta ,la mas variada explosión de invectivas: dios y la virgen se mezclaban en los labios del capitán a interjecciones criollas como en los ritos de las brujas serranas. Pero el ordenanza y guía insuperable no pudo ser bailado en todo el puerto.Por lo cual el capitán Gonzáles se marcho solo, anunciando futuros castigos y desastres.
<
¡Vaya si quería! era el indio perdido y castigado.
Por una hora yo también buscado guíame indicara los malos pasos de la sierra y se apeara para restaurar el brevísimo camino entre el abismo y las rocas que una galga de piedras o las lluvias podían deshacer en segundos.
Asentí sin fijar precio. El indio me explico en su media lengua que lo hallaría a las puertas del poblacho. Me detenía en una choza a pedir un mate de aquella horaciana chicha de jora que tanto alivia el ánimo, cuando le vi. llegar, caballero en una jaca derrengada, pero mas animosa que mi mula de lujo y sin hablar ,sin mas tratos, aquel guía providencial comenzó a precederme por atajos y montes, trayéndome, cuando el sol quemaba las extrañas ,el cuenco de chicha refrigerante o el maíz reventado al fuego al fuego ,aquella tierna cancha algodonada . Confieso que no hubiera sabido nunca disponer en un tambo del camino con los ponchos, el pellon y la silla de montar tan blando lecho como el que disfrute aquella noche.
Servicial y humilde, como siempre, mi compañero se detenía con demasiada frecuencia en la puerta de cada choza del camino, como pidiendo noticias en su dulce lengua quechua .las indias ,al alcanzarme el porongo de chicha, me miraban atentamente y pareciome advertir en sus ojos una simpatía inesperada!Pero quien puede adivinar lo que ocurre en el alma de estas siervas adoloridas !dos o tres veces el guía salio de mutismo para contarme, el lenguaje aniñado, esas historias que espeluznan al caminante .cuentos ingenuos de viajeros que ruedan al abismo porque una piedra se desgaja súbitamente de la montaña andina.<
Sin querer confesarlo, yo comenzaba a estar impresionado. Los andes son en la tarde vastos túmulos grises y la bruma que asciende de las punas violetas a los picachos nevados me estremecía como una melancolía visibles el flanco de las gigantescas vértebras aquel camino rebañado en la piedra y en vecino a la hondonada mortal parecía llevarnos, como en las antiguas alegorías sagradas, a un paraje siniestro. Pero el mismo indio, que temblaba bajo el rebenque tenia agilidades de acróbata para apearse suavemente por las orejas y llevar del cabestro a mi mula espantadiza que avizoraba el abismo y resbalaba en las piedras, temblorosas .una hora de marcha así pone los nervios al desnudo, y el viento afilado en las rocas parece aconsejar el vértigo .Ya los cóndores familiares de los altos picachos pasaban tan cerca de mi, que el aire desplazado por las alas que quemaba el rostro y vi. sus ojos iracundos.
Llegábamos a un estrecho desfiladero, de donde pude vislumbrar en la parda monotonía de la cadena de montañas la altiplanicie amarillenta con sus erguidos cactus fúnebres.
Le aguarde en vano, con la carne erizada .palpe el resolver en el cinto, estimulando con la vos a la mula indecisa, que, las orejas al viento, oscilantes como veletas, media el peligro y escuchaba la muerte. Un ruido profundo retembló en la montaña; algo rodaba de la altura .De pronto, a quinces metros de mi, paso un vuelo oblicuo de cóndores, y entonces, distintamente, porque había llegado a un largo del camino, vi. Rebotar con estruendo y polvo en la altura inmediata una masa oscura, un hombre, un caballo talvez, que fue sangrando en las aristas de las peñas hasta teñir el rió espumante, allá abajo.
Estremecido de horror, espere mientras las montañas se enviaron cuatro o cinco veces el eco de aquella catarata mortal. Un cono invertido de alas pardas giraba como una tromba sobre los cadáveres.
Mas agachado que nunca, deslizándose con el paso furtivo de las viscachas, hete aquí al bellaco de mi guía que coge a mi mula del cabestro y murmura con voz doliente, como si suspirara:
_tu viendo, taita, al capitán.
¿El capitán? abrí los ojos entontecidos .el indio me espiaba con su mirada indescifrable; y como yo quisiera, saber muchas cosas a la vez, me explico en su media lengua que a veces, taita, los insolentes cóndores rozan con el ala el hombro del viajero en un principio .Se pierde el equilibrio y se rueda al abismo.
Así había ocurrido con el capitán Gonzáles, <>se santiguo quitándose el ancho sombrero de fieltro, para probarme que solo decía la verdad. Con ademanes de brujo me designaba las grandes aves concéntricas que estaban ya devorando presa.
Yo no inquirí mas, porque estos son secretos de mi tierra que los hombres de su raza no saben explicar al hombre blanco. Tal vez entre ellos y los cóndores existe un pacto oscuro para vengarse de los intrusos que somos nosotros. Pero de este guía incomparable que me dejo en la puerta de Huaraz, rehusando todo salario, después de haberme besado las manos, aprendí que es imprudente algunas veces afrenar con un lindo látigo la resignación de los vencidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario